Lydia P. Vignau y José A. Cárdenas
(Fecha original de publicación Febrero 17, 2020)
“De lo que realmente estamos hablando, si somos honestos con nosotros mismos, es de transformar por completo la forma en que [todos] vivimos en el Planeta”. Rebecca Torbotton, Directora Ejecutiva de Rainforest Action Network
El Parlamento Europeo, que representa una población de 512,400,000 personas, declaró recientemente la Emergencia Climática. La Unión Europea se ha comprometido como bloque a lograr que todas sus propuestas “estén alineadas con el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 1.5 grados adicionales y a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 55% en 10 años”, buscando lograr la neutralidad climática para el año 2050 o antes; al mismo tiempo, los países europeos pidieron a las instituciones globales que “lleven a cabo las acciones concretas necesarias para luchar y contener esta amenaza antes de que sea demasiado tarde”. Los países de la Unión Europea no están solos.
En todo el mundo, ciudad tras ciudad, país tras país se suman al esfuerzo, y sus instituciones, universidades y gobiernos se declaran solidarios anunciando sus planes para frenar la emergencia. Si bien México reafirmó su compromiso climático en diciembre de 2019 en la COP25 de Madrid, la decisión de nuestro gobierno de favorecer la generación de combustibles fósiles e invertir en carbón y en la extracción de minerales, en lugar de promover las energías renovables, pone en duda su capacidad de poder alcanzar sus compromisos climáticos ante el acuerdo de París. El país está en grave riesgo, pues ocupa el segundo lugar en cuanto al aire más contaminado del planeta; solo China nos supera. En particular, nuestra ciudad más contaminada es Monterrey.
En Monterrey, la actividad del viento, la topografía de la ciudad y su clima, juegan un papel determinante en la calidad del aire, propiciando la formación de contaminantes secundarios y la concentración de contaminantes atmosféricos. Su crecimiento demográfico y vehicular, y el aumento en actividades industriales y comerciales de los últimos años, han ocasionado que en el 2019 se registraran en su atmósfera un 45% más de días por encima de la norma de concentración aceptable que el año anterior, y que por primera vez el gobierno estatal activara en cuatro ocasiones contingencias ambientales. En esta metrópoli, en donde el 70% de sus dos millones de autos tienen 10 o más años de antigüedad, por lo que no cuentan con sistemas de control de emisiones, se emiten un 40% más de monóxido de carbono y hasta cinco veces más de hidrocarburos contaminantes que en la Cd. de México, en donde desde hace 20 años existe un programa de verificación vehicular.
Adicionalmente, los vehículos, por la evaporación de la gasolina, junto con la actividad industrial y el uso de gas L.P., son la principal fuente de emisión de compuestos orgánicos volátiles, tóxicos y fotorreactivos. De esta manera, Monterrey tiene el deshonroso título de ser la ciudad más contaminada de México y estar incluida entre las 10 peores del continente americano. En Nuevo León, 63% de las partículas más pequeñas (PM2.5) son generadas por sus 5 mil 472 industrias, y el problema se agrava por las normas laxas y la escasez de inspectores del gobierno federal.
Lamentablemente, la contaminación urbana del aire no está localizada solamente en las ciudades, porque el viento la extiende a comunidades adyacentes, al grado que se estima que la contaminación del aire se convertirá pronto en la principal causa de mortalidad prematura en el mundo. Si tomamos en cuenta que 4,000 millones de personas están altamente expuestas a agentes contaminantes urbanos (el 55% de la población mundial vive en ciudades), y agregamos los afectados de las zonas rurales, se puede afirmar que nueve de cada diez personas respiramos aire contaminado.
Además, los contaminantes presentes en la atmósfera se precipitan sobre personas, animales, ecosistemas acuáticos, bosques y cosechas, multiplicando el efecto nocivo. Al mismo tiempo, los gases que se acumulan en la atmósfera tienen un efecto multiplicador porque retienen parte de la energía que emite el suelo al ser calentado por el sol, lo que produce un efecto de calentamiento similar al que ocurre en un invernadero, elevando la temperatura. Este es un fenómeno natural, pero al concentrarse los gases en mayores cantidades por la actividad humana, el efecto de calentamiento es mayor.
La Crisis Climática, por definición, crea desigualdad, beneficiando simultáneamente a algunas regiones y perjudicando a otras. Las comunidades y poblaciones más pobres son las más vulnerables a los eventos climáticos, porque carecen de medios financieros y de apoyo. Como ilustración, el 60% de la producción mundial de granos está concentrada en 5 regiones del mundo, de tal manera que, cuando estos centros de producción clave se vean afectados directamente por la Crisis Climática, el mundo no tendrá suficientes alimentos, y el aumento en los precios por efecto de la escasez perjudicará a las comunidades con menores recursos, incluidas los 750 millones de personas que viven por debajo del umbral internacional de pobreza.
Para la atmósfera y los océanos no hay fronteras, y en aquellas zonas geográficas expuestas al aumento del nivel del mar, no habrá salida viable, por lo que hay que cooperar internacionalmente. El éxito de la carrera contra la emergencia climática solo puede ser colectivo, pero también el fracaso puede darse si algunos de los países no actúan a tiempo.
Actuar de manera responsable ante esta emergencia significa un cambio en el estilo de vida de todos, la forma en que interactuamos con las cosas y las personas, pero sobre todo, con la naturaleza. A nivel individual tenemos que transformar nuestra acción en colectiva, colaborando en la transferencia de conocimiento. Las acciones individuales suman cambios, porque suelen replicarse, más hoy en día en una sociedad hipercomunicada.
Una fuente de optimismo es que al mismo tiempo que nos damos a la tarea de responder a la emergencia climática guiados por la justicia, con la velocidad y escala adecuadas, y reconociendo que los factores que están destruyendo nuestro planeta también están destruyendo la vida de muchas personas, tendremos la gran oportunidad de arreglar el modelo económico global que ha fallado en múltiples frentes, y cambiarlo por uno dramáticamente más humano. Al crear sistemas que eliminen nuestra dependencia de la energía fósil y cambien la forma en que generamos energía, la forma cómo cultivamos los alimentos, el uso que damos a la tierra, el transporte de mercancías, podremos crear cientos de millones de empleos en todo el mundo, invertir en las comunidades y naciones más sistemáticamente excluidas y garantizar una vida digna en todo el planeta. El resultado de estas transformaciones serán economías construidas tanto para proteger como para regenerar los sistemas de soporte vital del planeta y para respetar y sostener a las personas que dependen de ellos.
Si la esencia de la Emergencia Climática está fincada en un cuestionamiento fundamental de qué eliminar y qué cambiar: ¿por qué no “eliminar” la necesidad de un transporte que utiliza combustibles fósiles y aquellos productos que mantienen operando a empresas que dañan el medio ambiente, toda vez que lo hacen sin ningún remordimiento del daño que ocasionan a nuestro planeta? Si pretendemos substituir nuestro medio de transporte y los productos por otros “más amigables” con el planeta, la respuesta está fincada en el efecto en cadena relacionado con el abasto, la producción y la distribución.
La emergencia climática nos pondrá como ciudadanos del planeta en conflictos éticos de enorme magnitud: habrá que tomar decisiones difíciles de evaluar para establecer cómo, cuándo y a quién proteger, a qué y a quién reubicar. A quiénes salvar primero de la destrucción de nuestro hábitat.
Más que nunca, y para todos los habitantes del planeta, las palabras de Ross Caliguri aplican ampliamente: “Si sientes que no encajas en el mundo que heredaste, es porque naciste para ayudar a crear uno nuevo”.
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